Cansado
y casi sin aliento intentaba aspirar oxígeno, pero ni tan siquiera tenía
fuerzas para ello. Entré en su aposento y no quería creérmelo. Parecía que
aquella escena sólo existía en mí y no en el mundo real. De mi mundo quería
apartarme pero me fue imposible. Era una auténtica y amarga realidad.
La
encontré tendida en el féretro con sus blancas manos entrelazadas y apoyadas en
su pecho. La alianza de nuestra unión matrimonial brillaba por los reflejos de
la luz de la vela que tantas veces alumbró nuestras más románticas escenas de
amor. Sus rojas uñas contrastan con su blanco rostro. Era un rostro embellecido,
radiante, bello y cálido. Ese bello rostro seguía inalterable incluso en el día
de su adiós. Sus rizados cabellos descansaban sobre sus hombros. Mientras la
miraba, no podía evitar contener la caída de mis lágrimas que estallaban en
aquel momento turbulento para ahogarme el alma.
Su
traje blanco se empapó de mis angustiosos suspiros. Se fue. Se marchó. Se
apartó. Me dejó mi bella dama en el más profundo pozo de mi destierro.
Paco Morán (1-4-95)
Nunca
pensé que mi camino hacia el cementerio acabaría después que el tuyo