Llegó El Vagabundo hasta su
alcoba que estaba abierta. Allí la oscuridad era misteriosa, perfumada y tibia.
No sé… como si guardase en su ambiente el secreto galante de nuestras últimas
citas. ¿Qué trágico secreto debía guardar entonces? No lo sé. Lo que supe fue
que caminé hacia ella cauteloso y prudente. Una vez allí dejé el cuerpo de mi
amante tendido en su lecho y me alejé sin hacer ruido.
En la puerta quedé
irresoluto, dudando sobre qué hacer ante tan irresistible belleza. Suspiré para
contribuir a que mi pensamiento tuviera el suficiente oxígeno para no
equivocarme. Dudaba si volver atrás para poner en aquellos labios helados el
beso postrero. Resistí la tentación. Fue como el escrúpulo respetable de un
místico embaucador. Temí que hubiese algo de sacrílego en aquella melancolía
que entonces me retenía. La tibia fragancia de su alcoba encendía en mí una
tortura desenfrenada. Sentía la erótica memoria de todos los raciocinios.
No tuve más remedio que
resistir la tentación, pero volví. Y no fue ese único día, sino otro, y otro...
Así fue como pude secuestrar el sentimiento perdido en ese esplendoroso cuerpo.
Paco Morán (8-12-95)
Me enamoré
dos veces en mi vida y creo que me quedaré sin repetir