Era una princesa
cálida y romántica que estuvo en un rincón de la vida en el que nada ni nadie
le hacía salir. Nadie ni nada le encendía la luz para que pudiera ver al menos,
sombras de destellos. Siempre buscaba el diálogo y encontraba silencio.
Incontables veces quiso sentirse preguntada, pero nadie lo hacía. Necesitaba
querer y sentirte querida, y a cambio chocaba ante desprecios dolorosos. Estaba
perdida en la relegación de una desesperación.
Pero un día mientras se
asomaba por la ventana vio la luz de un candil. Apareció lo que añoraba e
indagaba cuando se dejó guiar por esa luz que El Vagabundo portaba cada noche.
Los diálogos que evocaba sirvieron para hacerle caminar con él hacia el punto
de lo desconocido y por senderos que ella no frecuentaba.
Con el viejo mendigo de la
palabra, encontró los límites de la realidad cuando éste la llevó al éxtasis de
la pequeña muerte tras el primer acto de amor que protagonizaron. Sin libreto,
ella vivió lo que nunca había ni tan siquiera soñado. Tras ese día, la lujuria
se convirtió en el deseo recíproco del mendigo y la bella dama.
Paco Morán
(22-11-96)
La monotonía algún día te llevará hacía
el punto de lo desconocido