Le veo mal y le oigo en plena
decadencia. Uno de tantos días en los que me acerque a él para intercambiar
palabras, le oí decir la más infalible frase que la travesía de la subsistencia
me ha ofrecido: “La vida es efímera, como lo es el humo del cigarro que nos
mata”. Estas sabias palabras fueron las que el hombre más triste del universo
me otorgó para mi cosecha de bellas joyas de la lingüística. Y es que cuando
mayor es el dolor, más penosa es su existencia.
Desde el miedo a la dolencia,
al miedo a la soledad sólo existe un paso pequeño que se quiebra al cruzarlo.
Así oigo su voz que también se quiebra ante el peligro de ver la muerte en su
más benévola sacudida. No quiero que se marche de este mundo sin decirme adiós.
No permitiré que nos deje sin cedernos su más bella obra creativa. Este viejo
amigo me dejará antes de partir una experiencia versátil y útil que le facilitó
la urbe, con sus defectos y virtudes.
He de seguir siendo exigente
ante su desaparecido deseo por seguir entre nosotros. Sé que nada se le ha
perdido aquí. Sé que nada va a encontrar. Sé que nada ni nadie pueden aliviar
su angustiada condena, pero también sé que he de seguir poniendo zancadillas en
su camino al cementerio. Al cementerio, o quizás a La Caleta. En cualquier
destino, en ningún lugar encontrará nada que pueda reavivarle el interés por su
presencia en este lugar inhóspito para él. El asteroide se envejece; él le
acompaña. El planeta Azul sigue amenazado de destrucción, y mientras, su vida
se adelanta a la amenaza.
Resiste sin fuerzas en la
lucha final del combate. Tiene aún oxígeno y noción del tiempo, pero también
tiene desiguales golpes que le están llevando al caos. Se tambalea, la lona ya
la ve de cerca. La vida no deja de darle ganchos y golpes bajos, y por ello,
los jueces están a punto de servirle la derrota. Pero ojo, nadie sabe en esta
historia que es El Vagabundo el que tiene la campana en sus manos Y el llamador
está a punto de sonar para que mi viejo amigo siga aún entre nosotros.
Paco Moran (3-9-2000)
Narración dedicada a mi gran amigo Enrique Ternero