Llegué
aquella tarde a buscarte y ni tan siquiera tu sombra estuvo allí para
recibirme. Ni tan siquiera una excusa que trajese el consuelo a mi desconsolada
alma. Me aposenté en aquella plaza y miraba cada esquina, pero tan solo asomaba
el rayo de sol que se disponía a despedir la tarde. Ni tan siquiera el viento
procedente de tu hábitat me entregaba tu fragancia. Mi espera estaba llena de ilusión,
pero la caída de la tarde ensombreció mi esperanza en verte presente en tan
importante cita.
Mis
hermanos vagabundos preparaban sus camas en los bancos de aquella plaza. El día
iba muriendo cuando el sol se marchó y dejó el espacio a la luna. Pero tú no
estabas allí, sólo en mi instinto. Buscaba con anhelo tu figura para idolatrarla,
al menos, en la postrera cita. La luna que apareció en el firmamento marcaba una
nueva hora de espera. Todo era oscuridad y tu ausencia me envió a casa.
Hasta
mi alcoba llegué y en la cama sólo se dibujaba la figura de tu cuerpo que me
hacía recordar aquellas noches de pasión que construimos juntos. Buscaba en mi
ropero todas mis camisas para ver si encontraba alguna con tu aroma impregnado.
Fue inútil.
Me
sentí vacío y desde la ventana pronunciaba al viento tu nombre. Sólo los pajarillos
que dormían en las copas de los árboles me prestaron atención. Grité alto y
fuerte tu nombre para despertar en ti una nueva vuelta a mis brazos. Todo fue inservible.
Me fui a lo alto de la montaña más cercana para desde allí lanzar mi último
grito de esperanza pero éste se perdió en la nada del horizonte. Hoy tras
muchos años sigo esperando tu vuelta. Hoy tras años de expectativas lanzo cada
noche mensajes desde la radio para intentar que ella vuelva a mí.
Paco Morán (15-7-2006)
Tu
ausencia ahoga mi espera