Desde el
profundo cielo de la madrugada, una noche más, El Vagabundo comienza su
andadura por esta oscuridad estrellada y cálida. El calor abrasa mi cuerpo en
la calurosa noche del cono sur de España. En esta cansada ciudad también es tiempo
para compartir mi mensaje con los que están privados de libertad. Un día fui
puente de enlace entre ellos y los seres queridos que esperaban en las puertas
de una desesperada lucha contra el tiempo. Seres que contemplan desde la
amargura los nuevos contactos entre hombres y mujeres que se miran desde los
barrotes de una celda.
Hombres,
mujeres, amantes, novios, hermanos, primos o padres, están encarcelados pero,
¿quién pone rejas a mis palabras de aliento para los involucrados?
Mis
mensajes son capaces de atravesar los más altos muros y traspasar las más
seguras alambradas. Unos hierros que pretenden impedir que el hombre los
atraviese sin previo aviso. Las palabras de El Vagabundo quieren llegar hasta
tu celda húmeda, mal oliente, sucia y arcaica. ¿Qué he hecho para merecer esto?
Muchas veces te he oído hacer esta pregunta. Robar 5.000 pesetas significa
cárcel. Robar 500 millones significa libertad. ¿Dónde está el sentido de la
libertad y el libertinaje?
Cada día, El
Vagabundo ve como una madre hace guardia en la puerta de la cárcel para mandar
el calor que necesita su hijo. Lo hace para hacer más corta su espera. Esa
mujer de pelo blanco y de ojos hundidos, se engancha al próximo encuentro con
el hombre que parió. Lo entregará al
mundo y lo orientará para que no vuelva a caer en las devastadoras garras que
le guió por el mal camino. Mientras, otras madres llegan sin tiempo de espera y
sin hacer colas. Son las madres de los presos ricos que llegan en lujosos
Mercedes que cada día la conduce al preso privilegiado.
Paco Morán (19-11-96)
La vida es
injusta, jamás nos ofrece segundas oportunidades