Cuando te beso en la frente,
estoy entregándote mi más cálida ternura. Cuando te beso en la mejilla te
ofrezco la prueba más definitiva de que te quiero. Cuando te beso en la boca la
pasión empieza desenfrenadamente. El beso en los labios es el primer camino que
elegimos antes de horizontalizar la ternura.
Ya mis labios han probado el
sabor de los tuyos y me detengo mordiéndotelos tímidamente con mis dientes.
Permanezco con los ojos cerrados para ver la dimensión interior del contacto
fluvial. Luego deslizaré por tu barbilla mis labios en un lento viaje hacia tu
cuello. Lento, muy lento llegaré hasta tu hombro para volver a pararme. Mis
labios no se despegan de tu piel. Mis dedos recorren tu espalda suavemente
hasta llegar a tus caderas. Las aprieto con ambas manos y me estremezco vibrando
ante tu fascinante figura.
Ahora mis manos bajan hasta
tus extremidades inferiores para ocupar todo tu mapa corporal. ¡Qué piel! Como
la seda natural es el cuerpo por donde mis dedos se deslizan. Mis cabellos acaban
de tapar tu rostro, porque mis labios se han detenido en tus senos. Mientras,
mis dedos van presionando desde arriba hacia abajo tu columna vertebral. Tu
respiración cada vez es más profunda y acelerada hasta que los dedos de mi mano
izquierda protagonizan caricias circulares para dibujar el contorno de la luna.
Esa luna que nos alumbra en este acto de amor sin libreto.
Vuelvo a besarte, mi pecho
presionan tus senos, nuestras rodillas se topan en la mitad del lecho de amor y
llegamos al momento culminante para iniciar el camino que nos colocará en el
éxtasis del placer.
Paco Morán (9-12-96)
La culminación del acto produce un
éxtasis de pequeña muerte